Respira (espinas).
Foto Aquí
Yo vine al mundo
en la ciudad más prostituida,
más circular,
más envidiada,
todo se deteriora
al acercarse a ella,
todo trabaja en su favor
para dejarla inalcanzable.
A lo mejor se nace siempre así,
a lo mejor todos nacimos en Alejandría.
Jamás he de volver a verla
porque mi edad,
mis versos
(¿no son lo mismo?)
se han hecho
de esta lejanía,
no de otra cosa.
Mi verdadero lujo
es este: haber nacido
donde no he de volver jamás,
casi no haber nacido.
Cuando me muera,
si he de morir,
me moriré más lejos que ninguno.
Fabio Morábito (Alguien de lava, 2002)
Eblouie par la nuit
Anastasia K.
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«Eblouie par la nuit» – Zaz (Zaz, 2010)
| The nymphs are departed. | |
| And their friends, the loitering heirs of city directors; | |
| Departed, have left no addresses. | |
| By the waters of Leman I sat down and wept… | |
| Sweet Thames, run softly till I end my song, | |
| Sweet Thames, run softly, for I speak not loud or long. | |
| But at my back in a cold blast I hear | |
| The rattle of the bones, and chuckle spread from ear to ear. |
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| «The Waste Land» – T.S. Eliot (1922) |
El silencio se mueve a cámara lenta
para que hoy puedas abrir
el cielo para ti.
La imaginación patina lo suficiente
como para que yo no quepa
en tu folio usado,
solo aquí
donde trazar es innecesario
porque los nudos del pasado se reparten,
se esconden en cada arruga de la cama.
Se olvidan.
Se tumban sobre el silencio,
sobre el corazón-piedra-que-rompe-su-cáscara
y esperan a que explote.
Anastasia K.
Resumen de la falla.
Anastasia K.
Se acercó y fue a instalarse donde me tapaba toda la luz.
—Oye —le dije—, desde que has entrado he leído la misma frase veinte
veces.
Otro cualquiera hubiera pescado al vuelo la indirecta. Pero él no. —¿Crees que te obligarán a pagarlos? —dijo.
No le gustaba que le llamara «tesoro». Siempre me estaba diciendo que yo era un crío porque tenía dieciséis y él dieciocho.
Siguió de pie. Era de esos tíos que le oyen a uno como quien oye llover. Al final hacía lo que le decías, pero bastaba que se lo dijeras para que tardara mucho más en hacerlo.
—¿Qué demonios estás leyendo? —dijo.
—Un libro.
Lo echó hacia atrás con la mano para ver el título.
—¿Es bueno? —dijo.
—Esta frase que estoy leyendo es formidable.
«El guardián entre el centeno» – J.D. Salinger,1951
Hay habitaciones que se repiten.
Anastasia K.
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«The man comes around» – Johhny Cash
cerrado
Inedia
Pero en la expresión «asombroso» se esconde una trampa lógica. Nos causa asombro lo que sobresale de la norma conocida y comúnmente aceptada, de una obviedad a la cual estamos acostumbrados. Pues bien, un mundo así, obvio, no existe. Nuestro asombro es autónomo y no procede de ninguna comparación de ningún tipo.
De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como «la vida común», «los acontecimientos comunes»… Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo.
Ritos tibios.
Marilyn Monroe y Arthur Miller durante un descanso en el rodaje de «Vidas rebeldes»
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«Don’t bring me down» – Sia (Colour The Small One, 2004)
Principios sin desmaquillar.
Nadie sabe quién era, la Amada
Inmortal. Aparte de eso, todo está
claro. Ligeras notas descansan
apaciblemente sobre los hilos del pentagrama
como golondrinas que acaban
de llegar del Atlántico. ¿Qué debería ser yo
para poder hablar de él, que todavía está
creciendo? Ahora caminamos solos
sin fantasmas ni banderas. Viva el
caos, dicen nuestras bocas solitarias.
Sabemos que vestía descuidadamente,
que era dado a los ataques de avaricia, que no era
siempre justo con sus amigos.
Los amigos llegan cien años
tarde con sus sonrisas impecables. ¿Quién
era la Amada Inmortal? Ciertamente,
amaba más la virtud que la belleza.
Pero un dios de la belleza habitaba
en él y obligaba su obediencia.
Improvisaba durante horas. Anotaba unos pocos
minutos de cada improvisación.
ni al veinte; como si ácido hidroclórico
quemara una ventana de terciopelo, abriendo
así un pasadizo hacia un terciopelo
aún más suave, delicado como
una telaraña. Ahora ponen su nombre
a barcos y perfumes. No saben quién
era la Amada Inmortal, de lo contrario
nuevas ciudades y bloques de viviendas llevarían su nombre.
Pero es inútil. Sólo el terciopelo
que crece bajo el terciopelo, como una hoja escondida
bajo otra sin peligro. Luz en la oscuridad.
Adagios interminables. Así de cansada respira
la libertad. Los biógrafos sólo argumentan
los detalles. Por qué atormentaba tanto
a su sobrino Karl. Por qué
caminaba tan rápido. Por qué no fue
a Londres. Aparte de eso, todo está claro.
No sabemos lo que es la música. Quién habla
en ella. A quién está dirigida. Por qué es
tan obstinadamente silenciosa. Por qué da vueltas y regresa
en vez de dar una respuesta clara
como exige el evangelio. Las profecías
no se cumplieron. Los chinos no llegaron
al Rin. Una vez más, resultó
que el mundo real no existe, para el inmenso
alivio de los anticuarios. El secreto estaba escondido
Grillparzer, él, Chopin. Los generales están
modelados en plomo y oropel para
dar a la llama del infierno un momento de respiro
después de kilovatios de paja. Adagios interminables.
Pero ante todo alegría, alegría
salvaje de forma, la hermana reidora de la muerte.
Adam Zagajewski (De Temblor, 1985)
«La pena o la nada» – Nacho Vegas ( El tiempo de las cerezas)
Fijación reciclable.
Es la parte más ridícula de ti
la que escupe viento
en una habitación cerrada,
diabética de pasado corriente.
Sabes que es tarde
para los x centímetros cúbicos
de orden prefabricado y parentescos.
Queda exteriorizar la casa,
ver la firmeza de las paredes
en su caída,
repasar el ombligo
en busca de células de confianza.
Has quedado aquí con todos ellos:
con Ella, la de la pierna huérfana;
con Él, el suelo loco
de un piso ucraniano
y también con él,
el de la cara de erizo roto.
Arañan la puerta, piden perdón,
dan las gracias.
Esperan tu señal.
«Álbum» – Anastasia K.
Posibles esquinas.
«Variaciones Goldberg. Aria.» – Johann Sebastian Bach, 1741 (Glenn Gloud, 1981)















