Sólo parte de la historia.

«Cruel Romance» («Жестокий романс», 1984) – Larisa Guzeeva (Лариса Гузеева)

«Una tarde cualquiera»
No hay grandeza en la tarde, ni en la hora
que la tarde me entrega y que he gastado
en buscar algo grande en el entorno
que ahora envuelve mi tiempo. Y después de la música,
y de mucho tabaco, y de dar muchas vueltas
por mi inquieta memoria y por la casa,
he encontrado en un libro algunas fotos
de una tarde tranquila como ésta
en las que estoy fumando en la terraza.
Y al mirar esas fotos todavía recientes
de un momento trivial como éste mismo,
una extraña emoción adorna los objetos
que desde allí me observan, y que voy comparando
con lo que son ahora : las macetas
han cambiado de sitio, ya se han muerto las flores
que crecían entonces, y entre otros detalles
sin ninguna importancia que mi mano mudó
al correr de los días, decubro que es la mano
que sostiene el cigarro y parece la misma
la que más ha cambiado, pues pertenece a un hombre
que soñaba un futuro diferente
para el que hoy lo mira,
y alimenta otros sueños, y comprende
que también pasarán los de este día,
y aún contempla la tarde que se le escapa,
y en ella al fin percibe, durante solo un instante,
esa extraña grandeza
que al pasar pone el tiempo en las cosas pequeñas.

«Una tarde cualquiera» – Vicente Gallego [La plata de los días, 1996]

Cuestión de perspectiva


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«My sweet and tender beast» («Мой ласковый и нежный зверь», 1978) – Emil Loteanu (Эмиль Лотяну)
Compositor: Eugene Doga (Евгений Дога) – «Vals»


«El Vals»

Eres hermosa como la piedra,
oh difunta;
Oh viva, oh viva, eres dichosa como la nave.
Esta orquesta que agita
mis cuidados como una negligencia,
como un elegante bendecir de buen tono,
ignora el vello de los pubis,
ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta.

Unas olas de afrecho,
un poco de serrín en los ojos,
o si acaso en las sienes,
o acaso adornando las cabelleras;
unas faldas largas hechas de colas de cocodrilos;
unas lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.
Todo lo que está suficientemente visto
no puede sorprender a nadie.

Las damas aguardan su momento sentadas sobre una lágrima,
disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente.
Y los caballeros abandonados de sus traseros
quieren atraer todas las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.

Pero el vals ha llegado.
Es una playa sin ondas,
es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o de dentaduras postizas.
Es todo lo revuelto que arriba.

Pechos exuberantes en bandeja en los brazos,
dulces tartas caídas sobre los hombros llorosos,
una languidez que revierte,
un beso sorprendido en el instante que se hacía «cabello de ángel»,
un dulce «sí» de cristal pintado de verde.

Un polvillo de azúcar sobre las frentes
da una blancura cándida a las palabras limadas,
y las manos se acortan más redondeadas que nunca,
mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido.

Las cabezas son nubes, la música es una larga goma,
las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito
se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,
en un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita.

Adiós, adiós, esmeralda, amatista o misterio;
adiós, como una bola enorme ha llegado el instante,
el preciso momento de la desnudez cabeza abajo,
cuando los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben.
Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla,
el momento en que los vestidos se convertirán en aves,
las ventanas en gritos,
las luces en ¡socorro!
y ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas
se convertirá en una espina
que dispensará la muerte diciendo:
Yo os amo.

«El vals» – Vicente Aleixandre.

Un punto de partida, como otro cualquiera.

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«Like A Rolling Stone» – Bob Dylan

«En Los Reinos De La Casualidad»
«Todavía estaba lejos de saber que el corazón no es una habitación para uno o dos huéspedes, sino un campamento por donde pasan tribus a la deriva, visitantes de una noche, gente indeseable que llega, saluda y se marcha, gente indeseable que llega , saluda y se apodera de un rincón que no abandona jamás, un campamento en donde a veces luce el sol y en donde a veces ruge el viento, un lugar tan pronto atestado como vacío, una ciudad sin orden para la que no existe más guía que un viejo volumen de edición única, con las páginas en blanco, y que se destruyó en uno de los saqueos e incendios del campamento.»

«En Los Reinos De La Casualidad» – Carlos Marzal