Jet Lag

«Helmut Newton» – Suzy Menkes

Al despertarme esta mañana
he notado un erizo en mi boca,
eso es que tengo
algo que recordar.

Me miras sin dar nada por hecho
y de fondo, la sombra del día
se exhibe cruzando la calle,
en el cebrado va pisando en lo negro.

En la mesa,
el tribunal de botellas vacías
aún conserva la noche y los cuerpos
en sus acristaladas entrañas.

Mi mirada se choca contra el techo
y desvío la vista hacia tus fotos,
fríos rastros de días pasados,
caras empaquetadas al vacío.

(Sé que en esta bañera sin fondo,
al amanecer siempre sobran pirañas.)

Las agujas de plomo, errantes
se han perdido en un vaivén invisible
y aunque intente traspasar el espejo
mi reflejo me acabará dando en la nuca.

Convendría un blues,
quizá escuchar el latido del suelo
o quizá,
darle paso al silencio
y guardar este vago intento de amor
como un viejo abrigo en desuso.
«Jet lag» – Anastasia K.
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«Little by little» – Oasis (Heathen chemistry, 2002)

Decir «duda» resultaría abstracto.

Ryan McGinley
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«She talks to rainbows» – Ronnie Spector (EP,1999)

I
¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista, el
pereodista o simplemente el curioso.

No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su
bigote enfadado, ni siquiera para su alzado índice
admonitorio entre las tristes ondas de música.

Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora
(entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los
impertinentes).

Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que
corre por la calle como si fuera a abrir las puertas a la
aurora.

O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza
chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma, le
rodea y le deslíe suavemente en sus luces.

Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí,
pero de mí se cuidan (aunque me ignoren).

Esa niña que al pasar mira, compañera de mi aventura,
viviendo en el mundo.

Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, partidora
de muchas vidas, y manos cansadas.

Escribo para el enamorado; para el que pasó con su
angustia en los ojos; para el que le oyó; para el que al
pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando
preguntó y no le oyeron.

Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo
escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los
pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin
oírme,
está mi palabra.

II
Pero escribo también para el asesino. Para el que con los
ojos cerrados se arrojó sobre un pecho y comió muerte
y se alimentó, y se levantó enloquecido.

Para el que se irguió como torre de indignació, y se
desplomó sobre el mundo.

Y para las mujeres muertas y para los niños muertos,
y para los hombres agonizantes.

Y para el que sigilosamente abrió las llaves del gas y la
ciudad entera pereció, y amaneció un montón de
cadáveres.

Y para la muchacha inocente, con su sonrisa, su corazón,
su tierna medalla, y por alli pasó un ejercito de
depredadores.

Y para el ejército de depredadores, que en una galopada
final fue a hundirse en las aguas.

Y para esas aguas, para el mar infinito.

Oh, no para el infinito. Para el finito mar, con su
limitación casi humana, como un pecho vivido.

(Un niño ahora entra, un niño se baña, y el mar, el
corazón del mar, está en ese pulso.)

Y para la mirada final, para la limitadísima Mirada Final,
en cuyo seno alguien duerme.

Todos duermen. El asesino y el injusticiado, el regulador
y el naciente, el finado y el húmedo, el seco de voluntad
y el híspido como torre.

Para el amenazador y el amenazado, para el bueno y el
triste, para la voz sin materia
y para toda la materia del mundo.

Para ti, hombre sin deificación que, sin quererla mirar,
estás leyendo estas letras.

Para ti y todo lo que en ti vive,
yo estoy escribiendo.
«Para quién escribo» – Vicente Aleixandre (De un vasto dominio 1958-1962, 1962)

La autobiografía del frigorífico.

Igor Stravinsky,Nueva york,1966 – Arnold Newman

I
Un hombre viejo está sentado
A la sombra de un pino
En China.
Ve una consólida,
Blanquiazul,
Al borde de la sombra,
Moverse con el viento.
Su barba ondea con el viento.
El pino ondea con el viento.
Así el agua fluye
Sobre la maleza.

II
La noche es de color
De un brazo de mujer:
Noche, la hembra,
Oscura
Fragante y flexible,
Se oculta.
Una charca brilla
Como un brazalete
Que se agita en la danza.

III
Me mido a mí mismo
En un árbol alto.
Descubro que yo soy mucho más alto,
Porque alcanzo directamente al sol,
Con mi ojo;
Y alcanzo a la orilla del mar
Con mi oído.
Aún así, no me gusta
La forma en que las hormigas
Entran y salen de mi sombra.

IV
Cuando mi sueño estaba cerca de la luna
Los blancos pliegues de su falda
Se llenaron de luz amarilla.
Las plantas de sus pies
Enrojecieron.
Su cabellera se llenó
De azules cristalizaciones
Provenientes de las estrellas
No lejanas.

V
Ni todas las cuchillas de los postes,
Ni los escoplos de las largas calles,
Ni los mazos de las cúpulas
Y altas torres
Pueden tallar
Lo que puede tallar una estrella
Cuando brilla a través de las hojas de parra.

VI
Los racionalistas, con sombreros cuadrados,
Piensan, en estancias cuadradas,
Mirando al suelo,
Mirando al techo.
Se limitan
A triángulos rectángulos.
Si intentasen romboides,
Conos, sinuosidades, elipses
-Como, por ejemplo, la elipse de la media luna-
Los racionalistas llevarían sombreros
«Seis paisajes significativos» – Wallace Stevens

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«The Passenger» – Iggy Pop (Lust of life, 1977)

Somos lo que tememos.

Rodney Smith

Hey you, wailing by the wall,
hoping it’ll fall in their direction,
you’re waiting for another resurrection
is this what we’ve come to?

“Hey you, looking at the moon” – Graham Nash

*Para aquellos que aparecen en un poema, y nunca lo sabrán.

El gato de tu portal te espera.
Es todo lo que necesitas saber.
El ascensor te dedicará
su saludo de rigor.
Ya tienes tu hora fijada,
para no compartirlo con nadie.

(Un día sí y otro no
te acuerdas de que el jazmín
existe.)

El paisaje de hormigón no cambia,
esta farola siempre ha sido
un incordio para doblar la esquina
y seguirá allí
incluso cuando ya no la odies.
Hace mucho que ya no saludas
al panadero que apura su cigarro
apoyado en la pared,
justo a la misma hora.

Has llegado al momento
en el que tu indiferencia
tiene un compás
y finges que su lentitud
es intencionada.

Un perro pasa de largo,
a falta de palabras
echa sudor por la lengua
y, al perderlo de vista,
sabes
que pronto te ocurrirá lo mismo.
Anastasia K.

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«Love minus zero.No limit» – Bob Dylan (bringing it all back home, 1965)

Mientras, no conviene parpadear.

Willy Ronis. Place Vendome, Paris, 1947

Un día, oyó relatar en un salón, un proceso criminal que se instruía y que iba a sentenciarse. Un hombre miserable, por amor a una mujer y al hijo que ella tenía, y falto de todo recurso, había acuñado moneda falsa. En aquella época, se castigaba aún este delito con pena de muerte. La mujer, había sido presa, al poner en circulación la primera pieza falsa fabricada por el hombre. La tenían presa, pero carecían de pruebas contra ella. Sólo ella podía declarar contra su amante y perderle, confesando. Negó. Insistieron. Se obstinó a negar. En esto, el procurador del rey tuvo una idea: suponer la infidelidad del amante. Lo consiguió, con fragmentos de cartas sabilmente combinados, presuadiendo a la desgraciada mujer de que tenía una rival y de que aquel hombre la engañaba. Entonces, exasperada por los celos, denunció al amante, lo confesó todo y todo lo probó. El hombre estaba perdido. Próximamente iba a ser juzgado en Aix, junto con su cómplice. Relataban el hecho, y todos se maravillaban ante la habilidad del magistrado. Al poner en juego los celos, había hecho brotar la verdad por medio de la cólera, y había hecho justicia con la venganza. El obispo escuchaba todo aquello en silencio. Cuando hubo terminado el relato, preguntó:
-¿Dónde juzgarán a este hombre y a esta mujer?
-En el tribunal de la Audiencia -le respondieron.
Y él replicó:
-¿Y dónde juzgarán al procurador del rey?
«Los miserables» – Victor Hugo, 1862

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«Mary’s in India» – Dido(Life for rent, 2003)

Afirmación de lugar.

Siempre fue la tristeza
un dócil animal de compañía
con el que yo he jugado algunas tardes.
Sin apretar los dientes me estiraba del brazo,
paseaba conmigo, se sentaba a mis pies
en los fríos inviernos.
En los días aciagos, por probar su obediencia,
le lanzaba mi alma, y ella me la traía
dulcemente empapada en su aliento doméstico.
Siempre fue la tristeza
un dócil animal de compañía,
que hace tiempo ha adoptado
esta fea costumbre de morder a su amo.

«La llamada de la selva» – Vicente Gallego (La plata de los días, 1996)

Sal en el café. Buenos días.


«Smoky car» (New Hampshire) – Nan Goldin,1979

Está solo. Para seguir camino
se muestra despegado de las cosas.
No lleva provisiones.

Cuando pasan los días
y al final de la tarde piensa en lo sucedido,
tan sólo le conmueve
ese acierto imprevisto
del que pudo vivir la propia vida
en el seguro azar de su conciencia,
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.

Una vez dijo amor.
Se poblaron sus labios de ceniza.

Dijo también mañana
con los ojos negados al presente
y sólo tuvo sombras que apretar en la mano,
fantasmas como saldo,
un camino de nubes.

Soledad, libertad,
dos palabras que suelen apoyarse
en los hombros heridos del viajero.

De todo se hace cargo, de nada se convence.
Sus huellas tienen hoy la quemadura
de los sueños vacíos.

No quiere renunciar. Para seguir camino
acepta que la vida se refugie
en una habitación que no es la suya.
La luz se queda siempre detrás de una ventana.
Al otro lado de la puerta
suele escuchar los pasos de la noche.

Sabe que le resulta necesario
aprender a vivir en otra edad,
en otro amor,
en otro tiempo.

Tiempo de habitaciones separadas.

«Habitaciones separadas» – Luis García Montero

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«Wild Horses» – The Rolling Stones (Sticky Fingers,1971)

Eso que se me escapa.


«Formalización del tedio» – Jürgen Klauke, 1979-1980

(…)
Una patria se elige
-y una mujer. O llegan,
inevitablemente,
cuando tu soledad las ha ganado.

«Una patria se elige» – Ángel Crespo

No os engañéis, aparecen nombres.


Joseph Brodsky en el entierro de Anna Ajmátova, Marzo 1966

Tarou parecía además haber sido favorablemente impresionado por una escena que se desarrollaba con frecuencia en el balcón que quedaba en frente de su ventana. Su cuarto daba a una pequeña calle trasversal donde había siempre gatos adormilados a la sombra de las tapias. Pero todos los días, después del almuerzo, a la hora en que la ciudad entera estaba adormecida por el calor, un viejecito aparecía en un balcón, del otro lado de la calle. El pelo blanco y bien peinado, derecho y severo en su traje de corte militar, llamaba a los gatos con un «minino,minino» dulce y distante a un tiempo. Los gatos levantaban los ojos, pálidos de sueño, sin decidirse a moverse. Él rompía pedacitos de papel sobre la calle y los animales, atraídos por esta lluvia de mariposas blancas, avanzaban hasta el centro de la calzada, alargando la pata titubeante hacia los últimos trozos de papel. El viejecito, entonces, escupía sobre los gatos con fuerza y precisión. Si uno de sus escupitajos daba en el blanco, reía.
(…)
Hoy el viejecito de enfrente está desconcertado. No hay gatos. Han desaparecido, en efecto, excitados por las ratas muertas que se descubren en gran número por las calles. En mi opinión no se puede pensar que los gatos coman ratas muertas. Recuerdo que los míos las detestaban. Pero eso no impide que corran a las bodegas y que el viejecito esté desconcertado. Está menos bien peinado, menos vigoroso. Se le ve inquieto; después de estar un rato en el balcón se fue para adentro. Pero había escupido una vez en el vacío.
«La peste» – Albert Camus

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«Hey you,looking at the moon» – Graham Nash (Wild tales)

Humildad en la punta de los dedos.

A veces es mejor hablar, a veces, quedarse callada o, mejor aún, ninguna de las dos cosas. A veces no saber dónde ir es lo que te lleva la salida, y a veces, simplemente hay que aceptar que de vez en cuando viene bien una lección de humildad e incluso, una derrota.


«Lecho en el espejo» – Eva Rubinstein, 1972

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«Humble me» – Norah Jones(Feels like home,2004)