Vuleve, aunque no lo crea.

Shadows are falling and I’ve been here all day,it’s too hot to sleep, time is running away.Feel like my soul has turned into steel,I’ve still got the scars that the sun didn’t heal.There’s not even room enough to be anywhere.It’s not dark yet, but it’s getting there.Well, my sense of humanity has gone down the drain behind every beautiful thing there’s been some kind of pain.She wrote me a letter and she wrote it so kind,she put down in writing what was in her mind.I just don’t see why I should even care.It’s not dark yet, but it’s getting there.
Well, I’ve been to London and I’ve been to gay Paree,I’ve followed the river and I got to the sea,I’ve been down on the bottom of a world full of lies,I ain’t looking for nothing in anyone’s eyes.Sometimes my burden seems more than I can bear.It’s not dark yet, but it’s getting there.I was born here and I’ll die here against my will.I know it looks like I’m moving, but I’m standing still.Every nerve in my body is so vacant and numb,I can’t even remember what it was I came here to get away from,don’t even hear a murmur of a prayer.It’s not dark yet, but it’s getting there.

De noche y de puntillas.

» Le Manege de Monsieur Barre» – Robert Doisneau 1955

Están cogidos de la mano,
en silencio,
bajo los soportales.

El niño mira su columpio,
muy triste,
bajo la lluvia,
y no lo entiende.

El padre mira al niño:
es la vida, hijo
-quisiera poder decirle-,
y no ha hecho más que empezar.

«Tormenta de verano» – Karmelo C. Iribarren (La ciudad,2008)

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«Toes» – Norah Jones (Feels like home, 2004)

Lo odioso de las definiciones.

como el sentimiento es lo primero
quien presta atención
a la sintaxis de las cosas
nunca te besará completamente;
ser un completo estúpido
mientras la Primavera está en el mundo
mi sangre consciente,
y los besos son un destino mejor
que la sabiduría
señora lo juro por todas las flores. No llores
-el mejor gesto de mi cerebro es menos que
el aleteo de tus párpados que dice
que estamos hechos el uno para el otro: así pues
ríe, recostándote en mis brazos
porque la vida no es un párrafo
Y creo que la muerte no es un paréntesis
«Cuatro» – e.e. Cummings

Cae

Whose woods these are I think I know.
His house is in the village, though;
He will not see me stopping here
To watch his woods fill up whith snow.

My little horse must think it queer
To stop without a farmhouse near
Between the woods and frozen lake
The darkest evening of the year.

He gives his harness bells a shake
To ask if there is some mistake.
The only other sound’s the sweep
Of easy wind and downy flake.

The woods are lovely, dark, and deep,
But I have promises to keep,
And miles to go before I sleep,
And miles to go before I sleep.
«Stopping by Woods on a Snowy Evening» – Robert Frost

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«Nuvole bianche» – Ludovico Einaudi (Una mattina, 2004)

Mientras no estoy.

«Al principio, allí incomunicado, me sentía muy solo y las horas se hacían eternas. El tiempo estaba marcado por el cambio de guardia y por el paso del día a la noche. El día no era más que un poco de luz, pero era mejor que la total oscuridad nocturna. Allí incomunicado, el día era un residuo, una miserable filtración del resplandeciente mundo exterior.
Nunca había suficiente luz para leer. Y además, no había nada que leer. Uno sólo podía permanecer tumbado y pensar. Yo era un condenado a cadena perpetua, y parecía seguro que, de no ocurrir un milagro, por ejemplo que lograra inventar de la nada diecisiete kilos de dinamita, pasaría el resto de mi vida sumido en aquel oscuro silencio.
Mi cama era una delgada superficie de paja podrida extendida sobre el suelo de la celda. Me cubría con una manta raída y asquerosa. No había silla, ni mesa, sólo la paja y la delgada manta. Yo siempre había sido un hombre muy poco dormilón y de mente continuamente activa. Allí incomunicado, uno acaba harto de sus propio pensamientos y la única vía de escape es el sueño. Durante muchos años había dormido una media de cinco horas diarias. Allí eduqué mi sueño. Hice de él una ciencia. Conseguí ser capaz de dormir diez horas, después doce y, finalmente, casi trece y quince horas de las veinticuatro diarias. Pero de ahí no logré pasar, y estaba forzado a permanecer despierto y a pensar. Y esto, en un hombre de mente continuamente activa, produce locura.
Inventé pasatiempos para soportar mecánicamente las horas de vigilia. Elevé al cuadrado y al cubo largas series de números y, ejercitando la concentración y la voluntad, llevé a cabo progresiones geométricas asombrosas. Incluso dediqué algún tiempo a la cuadratura del círculo…hasta que me encontré a mí mismo empezando a creer que podría lograrlo. Cuando me di cuenta de que también aquello me conducía a la locura, renuncié para siempre a la cuadratura del círculo, aunque le aseguro que supuso un enorme sacrificio por mi parte, pues era un pasatiempo espléndido.
Con los ojos cerrados, imaginaba tableros de ajedrez y jugaba largas partidas de uno y otro lado hasta el jaque mate. Pero cuando me había convertido en un experto en este juego de memoria visual, el ejercicio terminó aburriéndome. Y de un simple ejercicio se trataba, pues no podía haber competición real cuando era un solo hombre quie jugaba en ambos bandos. En vano intenté desdoblar mi personalidad y enfrentar la una a la otra, pero seguía siendo un solo jugador y no había manera de desplegar ninguna estrategia sin que el otro bando se diera cuenta al instante.

Brassaï

El tiempo era pesado e interminable. Jugaba con las moscas, con moscas de la prisión que entraban en mi celda como entraba la débil luz grisácea, y al poco me di cuenta de que tenían cierta habilidad para los juegos. Por ejemplo, tumbado sobre el suelo de la celda, establecía una línea arbitraria e imaginaria a lo largo del muro, a unos tres pies de altura. Si al posarse las moscas en el muro lo hacían por encima de la línea, las dejaba en paz. Pero en el momento en que traspasaban la línea, intentaba atraparlas. Ponía mucho cuidado en no lastimarlas, y con el tiempo aprendieron por dónde corría la línea imaginaria. Si querían jugar se dejaban caer por debajo de la línea, y a menudo una de ellas se enfrascaba en el juego durante horas. Cuando se cansaban, se pasaban a la zona segura a descansar.
De las doce o más moscas que vivían conmigo, sólo había una que nunca se interesó en el juego. Se negaba a tomar parte en él, y una vez que aprendió dónde estaba la línea, evitaba cuidadosamente alejarse de la zona segura. Aquella mosca era una criatura hosca y malhumorada. Como dicen los presos, “tenía algo contra el resto del mundo”. Tampoco jugaba con las demás moscas. Además, era una mosca fuerte y saludable; lo sé porque la estuve estudiando con detenimiento. Su rechazo hacia el juego era temperamental, no físico.
Créame, conocía a todas mis moscas. Me sorprendía la cantidad de diferencias que observaba entre ellas. Sí, cada una era un individuo diferente, tanto por su tamaño y rasgos, su fuerza, la velocidad de su vuelo, su actitud en la lucha y el juego, su astucia y rapidez, como por los giros o los regates súbitos, el modo en que atravesaban la línea de peligro y volvían rápidamente a la zona segura, la forma de esquivarme y desaparecer para aparecer de nuevo repentinamente… Y encontraba otras tantas diferencias en cada recoveco de su temperamento y su forma de ser. Conocía a las nerviosas y a las flemáticas. Había una, más pequeña que las demás, que solía enfurecerse muchísimo, a veces conmigo y otras veces con sus compañeras. ¿Ha visto alguna vez a un potro o a un becerro cocear y salir corriendo por los pastos, movido simplemente por un exceso de vitalidad y alegría? Pues bien, había una mosca, la más entusiasta jugadora de todas ellas, que cuando atravesaba tres o cuatro veces la línea de peligro y lograba eludir la cuidadosa acometida de mi mano, se emocionaba y se alegraba tanto que se lanzaba alrededor de mi cabeza sin parar, a una velocidad vertiginosa, girando y cambiando de sentido, permaneciendo siempre dentro de los estrechos límites del círculo con el que celebraba su triunfo.
Y, por supuesto, podía adivinar con cierta antelación cuándo una de aquellas moscas estaba decidiéndose a empezar a jugar. Aprendí a distinguir cientos de detalles con los que no le aburriré ahora, aunque entonces, durante aquellos primeros días en la celda de castigo, sirvieran para evitar que cayera en el más absoluto aburrimiento. Pero permítame contarle un episodio. Uno de los momentos más memorables fue cuando la mosca huraña, la que nunca jugaba, apareció, seguramente por descuido, dentro de la zona prohibida, y al instante la atrapé con la mano. Estuvo enfadada durante una hora.»
«El vagabundo de las estrellas» – Jack London, 1915

Noveno escalón.

«Cityscapes (New York)» – Marc Yankus

El viento viene de polos opuestos
y viaja despacio.

Ella se vuelve hacia el aire profundo.
Él camina por las nubes.

Ella se alista,
se sacude el cabello,

se arregla los ojos,
sonríe.

El sol calienta sus dientes,
la punta de su lengua los humedece.

Él se sacude el polvo de su traje
y se endereza la corbata.

Él fuma.
Pronto se conocerán.

El viento los acerca cada vez más.
Ellos se saludan.

Más cerca, cada vez más cerca.
Se abrazan.

Ella tiende una cama.
Él se quita los pantalones.

Se casan
y tienen un hijo.

El viento se los lleva
en direcciones distintas.

El viento es fuerte, piensa él
y se endereza la corbata.

Me gusta este viento, dice ella
y se pone el vestido.

El viento se abre en un soplido.
El viento es todo para ellos.
«El matrimonio» – Mark Strand

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«Needle in the Hay» – Elliot Smith (Elliot Smith, 1995)

Seguro que a veces sueñas.

II

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
«El herido» – Miguel Hernández (El hombre acecha,1938-39)

Miguel Hernández y su mujer, Josefina Manresa

«Corría sin parar y no podía abrir ninguna de las puertas mientras él le apuntaba con su arma, su rostro lleno de sangre decía palabras sin sentido, y a diferencia de lo que se podría pensar, no estaba nerviosa, sabía que ese momento iba a llegar; le miró a los ojos mientras él avanzaba lentamente; tiró su arma al suelo y cogió la mano de Alba acercándola hacia su frente e introduciéndola en un agujero de bala sangrante, después la oscuridad.
Sudando despertó alterada; no era la primera vez que tenía esa clase de sueños, hacía años cuando comenzó con su odisea personal, las noches las pasaba en vela intentando calmar su conciencia con las frases que había escuchado sobre aquellos a los que la gente llamaba héroes. Habían pasado dos años de aquello y cada día que pasaba era motivo de alegría porque el final estaba más cerca.»
«Libertaria» – Raquel Antón Ruiz (Dissonàncies,2010)

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«Para la libertad» – Joan Manual Serrat (Miguel Hernández, 1972)

No me acuerdo de toda la arena que me falta.

Ana Pais

Tú lo dijiste: pasará el tiempo.
Mas no ha sido cierto el olvido.
El que mira romper las olas sobre
el espigón no sabe, cuál de ellas
más alta llegará. En el recuerdo
quedan rostros; los nombres no perduran,
los borra el tiempo. Leo la carta.
Veo tu mano cuando la escribías,
los ojos seguidores de las letras.
Y tú estás conmigo nuevamente.
Es el tiempo que pasa; lo dijiste.
«Tú lo dijiste: el tiempo» –  Alfonso López Gradolí ( La señalada tierra,2004)

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«She smiled sweetly» – The Rolling Stones (Between the Buttons, 1967)

Tan tarde que es pronto.

Herman Leonard y Ella Fitzgerald,New York, 1949.


Unas miradas
que se encuentran
en un café desierto,

un lunar
en tu cuello
que es capaz
de volverme loco,

y 20 segundos

para encender un pitillo
dar un trago al vino blanco
y ver cómo llega un tipo
que te besa
con la mitad de ganas
que lo hubiera hecho yo.
«20 segundos» –  Pablo Casares (Notas a pie de la vida,2007)