Mientras, no conviene parpadear.

Willy Ronis. Place Vendome, Paris, 1947

Un día, oyó relatar en un salón, un proceso criminal que se instruía y que iba a sentenciarse. Un hombre miserable, por amor a una mujer y al hijo que ella tenía, y falto de todo recurso, había acuñado moneda falsa. En aquella época, se castigaba aún este delito con pena de muerte. La mujer, había sido presa, al poner en circulación la primera pieza falsa fabricada por el hombre. La tenían presa, pero carecían de pruebas contra ella. Sólo ella podía declarar contra su amante y perderle, confesando. Negó. Insistieron. Se obstinó a negar. En esto, el procurador del rey tuvo una idea: suponer la infidelidad del amante. Lo consiguió, con fragmentos de cartas sabilmente combinados, presuadiendo a la desgraciada mujer de que tenía una rival y de que aquel hombre la engañaba. Entonces, exasperada por los celos, denunció al amante, lo confesó todo y todo lo probó. El hombre estaba perdido. Próximamente iba a ser juzgado en Aix, junto con su cómplice. Relataban el hecho, y todos se maravillaban ante la habilidad del magistrado. Al poner en juego los celos, había hecho brotar la verdad por medio de la cólera, y había hecho justicia con la venganza. El obispo escuchaba todo aquello en silencio. Cuando hubo terminado el relato, preguntó:
-¿Dónde juzgarán a este hombre y a esta mujer?
-En el tribunal de la Audiencia -le respondieron.
Y él replicó:
-¿Y dónde juzgarán al procurador del rey?
«Los miserables» – Victor Hugo, 1862

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«Mary’s in India» – Dido(Life for rent, 2003)