La diferencia entre mañana y nunca.

De todas las maneras que el amor
es capaz de inventar para matarse,
son las más compasivas las que muchos
consideran más crueles: la traición,
la mentira, cualquier suicidio rápido
que certifique el fin con mucha sangre
y permita lavarla con el llanto.
Pero el amor es cruel consigo mismo,
o es acaso muy torpe, porque suele
elegir una muerte sin nobleza
que se da con un arma lenta y triste:
ese gas repulsivo y venenoso
que acaban generando los bostezos.
«Estadística» – Vicente Gallego (La plata de los días, 1996)

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«Bron-Yr-Aur» – Led Zeppelin (Physical Graffiti, 1975)

Afirmación de lugar.

Siempre fue la tristeza
un dócil animal de compañía
con el que yo he jugado algunas tardes.
Sin apretar los dientes me estiraba del brazo,
paseaba conmigo, se sentaba a mis pies
en los fríos inviernos.
En los días aciagos, por probar su obediencia,
le lanzaba mi alma, y ella me la traía
dulcemente empapada en su aliento doméstico.
Siempre fue la tristeza
un dócil animal de compañía,
que hace tiempo ha adoptado
esta fea costumbre de morder a su amo.

«La llamada de la selva» – Vicente Gallego (La plata de los días, 1996)

Sólo parte de la historia.

«Cruel Romance» («Жестокий романс», 1984) – Larisa Guzeeva (Лариса Гузеева)

«Una tarde cualquiera»
No hay grandeza en la tarde, ni en la hora
que la tarde me entrega y que he gastado
en buscar algo grande en el entorno
que ahora envuelve mi tiempo. Y después de la música,
y de mucho tabaco, y de dar muchas vueltas
por mi inquieta memoria y por la casa,
he encontrado en un libro algunas fotos
de una tarde tranquila como ésta
en las que estoy fumando en la terraza.
Y al mirar esas fotos todavía recientes
de un momento trivial como éste mismo,
una extraña emoción adorna los objetos
que desde allí me observan, y que voy comparando
con lo que son ahora : las macetas
han cambiado de sitio, ya se han muerto las flores
que crecían entonces, y entre otros detalles
sin ninguna importancia que mi mano mudó
al correr de los días, decubro que es la mano
que sostiene el cigarro y parece la misma
la que más ha cambiado, pues pertenece a un hombre
que soñaba un futuro diferente
para el que hoy lo mira,
y alimenta otros sueños, y comprende
que también pasarán los de este día,
y aún contempla la tarde que se le escapa,
y en ella al fin percibe, durante solo un instante,
esa extraña grandeza
que al pasar pone el tiempo en las cosas pequeñas.

«Una tarde cualquiera» – Vicente Gallego [La plata de los días, 1996]