En la tumba geométrica que habita
siempre sobra luz.
Se intentan ensayar soluciones prácticas
al cementerio de lenguas
que duerme en la mesita de noche.
Pero se cansa aquí, suave,
se hace ovillo en el corte de la cama
e intenta recordar en qué parte
de la caja torácica guarda el cerebro.
Hay demasiado día atravesando
el hormigón de las cortinas
y es innecesario ridiculizarse
viendo que las motas de polvo a contraluz
jamás se harán estalactitas.
Recuerda, atraviésate desde fuera,
suspendida encima de la placa de hielo
en la que yace tu cuerpo dormido,
recuerda: por dónde empezaste
el derrumbe.
Sinónimos en repetición
» los clientes ven pasar a la dueña, casi sin mirarla ya, mientras piensan, vagamente, en este mundo que ay!, no fue todo lo que pudo haber sido, en ese mundo en el que todo ha ido fallando poco a poco, sin que nadie se lo explicase, a lo mejor por una minucia insignificante. «
CAMILO JOSE CELA
Hablas ahora, desde luego frágil y transparente,
del momento justo,
de lo que se extiende por encima del miedo mientras
el miedo es un árbol tercamente agachado.
No te planteas si es luz o noche,
si mañana la ratio de tu pánico
abarcará el horizonte.
Estás.
Y no hay espanto que valga,
aunque se transforme en ocho líneas dormidas
alrededor de tu cabeza
y sólo deje cristal desgarrado
en los ojos.
Branquias vistos desde el pulmón.
Resumen de la falla.
Anastasia K.
Se acercó y fue a instalarse donde me tapaba toda la luz.
—Oye —le dije—, desde que has entrado he leído la misma frase veinte
veces.
Otro cualquiera hubiera pescado al vuelo la indirecta. Pero él no. —¿Crees que te obligarán a pagarlos? —dijo.
No le gustaba que le llamara «tesoro». Siempre me estaba diciendo que yo era un crío porque tenía dieciséis y él dieciocho.
Siguió de pie. Era de esos tíos que le oyen a uno como quien oye llover. Al final hacía lo que le decías, pero bastaba que se lo dijeras para que tardara mucho más en hacerlo.
—¿Qué demonios estás leyendo? —dijo.
—Un libro.
Lo echó hacia atrás con la mano para ver el título.
—¿Es bueno? —dijo.
—Esta frase que estoy leyendo es formidable.
«El guardián entre el centeno» – J.D. Salinger,1951
Firma sin nombre
Lo he vuelto a hacer.
He puesto mi piel sobre la acera
un día como el de cualquier julio,
la he envuelto de calor y de polvo
y todavía no he parpadeado.
He observado las gotas de sudor
caer sobre el corazón de los hombres
y las he llenado de luz justa
para que parezcan agua.
Todos los perfiles siempre son
el mismo perfil que corre
esquivando extremidades inútiles.
En vez de mirarlos a ellos
he puesto mi piel sobre la acera
como el pago por la mercancía
y he vuelto
a recordar que tengo un nombre
y que no se rinde.
Querido Pavese.
Lunes, 31 de Enero – definitivamente no sabemos hasta dónde somos niños.







