La esquizofrenia de lo sencillo

«Atlas Hands» – Benjamin Francis Leftwich


From the series «On the Road» by NEIL KRUG. More here



I wish you were here, dear, I wish you were here.
I wish you sat on the sofa
and I sat near.
the handkerchief could be yours,
the tear could be mine, chin-bound.
Though it could be, of course,
the other way around.

I wish you were here, dear,
I wish you were here.
I wish we were in my car,
and you’d shift the gear.
we’d find ourselves elsewhere,
on an unknown shore.
Or else we’d repair
To where we’ve been before.

I wish you were here, dear,
I wish you were here.
I wish I knew no astronomy
when stars appear,
when the moon skims the water
that sighs and shifts in its slumber.
I wish it were still a quarter
to dial your number.

I wish you were here, dear,
in this hemisphere,
as I sit on the porch
sipping a beer.
It’s evening, the sun is setting;
boys shout and gulls are crying.
What’s the point of forgetting
If it’s followed by dying?


«A Song» – Joseph Brodsky



¿Qué decías?

Bill Murray (Lost In Translation, 2003 – Sofía Coppola)

«Just like honey» – The Jesus and Mary Chain (Psychocandy, 1985)

Anochece en la ciudad V.
Hay franjas en la ciudad L.
Cuántos en medio.
Casi siempre somos nosotros.
Despedirse sin parpadear demasiado,
tragar aire con conciencia 
de veneno.
Hay algo placentero
en saberse los mapas
de la casa abandonada,
en quemarla dentro de los dos.
Miras a la derecha,
otra mujer ríe o llora,
así que tú tampoco sabes.
Alguien que ya no te suena
te dice
que llamará al llegar,
pone atención en usar
un futuro próximo.
Rompes el abrazo 
antes de volver
a recordar su nombre
y los dos seguís respirando
tierra adentro.

Si te lo preguntas.

«Big Fish» – Tim Burton (2003)

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«Dead Already» – Thomas Newman, 1998

A partir de aquí habrá una ciudad que te sonaba.
Harás la maleta como quien recoge hojas en otoño:
los vestidos asustados, los zapatos mirándote
en silencio mientras buscas un rincón
al que agarrarte.
Allí fuera encontrarás
jarrones para tus fobias,
nuevas corbatas con las que no-sucidarte,
lluvia por fin.
Posiblemente buscarás agua sólo
hasta las rodillas
y paisajes reversibles
en los que ahogar la pupila.

Encontrarás una nueva ortografía para «padre»
para «oscuro desde ahora»
para «mía».

Anastasia K.

Quemarás Cártago, no a ti.

El gran hombre miraba por la ventana
pero para Ella el mundo se acababa
a los bordes de su amplia túnica griega
cuyos pliegues dormidos
recordaban la quietud del mar.
Él sin embargo
miraba a través de la ventana
con la mirada tan lejos de aquél lugar
que los labios parecían una concha
que albergaba el rugido;
y el horizonte en la copa
estaba inmóvil.

Y el amor de Ella
tan sólo era un pez
quizá capaz de surcar el mar
acechando el barco
y alcanzarlo
rompiendo la marea con su cuerpo…
sin embargo Él
ya había pisado tierra firme.
Así el mar se hizo mar de lágrimas.
Pero como bien se sabe
justo en el momento de desasosiego
aparece el viento a favor,
y el gran marido abandonó Cártago.

Ella se quedó de pie
ante la hoguera que sus soldados
encendieron bajo los muros de la ciudad
y vio como la marea de las llamas,
temblando entre el fuego y el humo,
iba consumiendo Cártago
mucho antes de la profecía de Catón.

Dido y Eneas – Joseph Brodsky Traducción A.K.

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Dido y Eneas – Joseph Brodsky

Mercy

Nan Goldin
¿Conoces las dimensiones
de la piedad?
¿Conoces los mordiscos
de las hormigas en tu cama?
¿La sal líquida
en su caída?
El reloj no tiene nombre
para aquél que espera.
Así que cánsate hoy,
cánsate y abraza
el olor a herida
de la camiseta-cadáver
que te ancla a esta habitación,
a la noche.

Anastasia K.

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«One Dove» – Antony And The Johnsons

Respira (espinas).

Foto Aquí

Yo vine al mundo
en la ciudad más prostituida,
más circular,
más envidiada,
todo se deteriora
al acercarse a ella,
todo trabaja en su favor
para dejarla inalcanzable.
A lo mejor se nace siempre así,
a lo mejor todos nacimos en Alejandría.
Jamás he de volver a verla
porque mi edad,
mis versos
(¿no son lo mismo?)
se han hecho
de esta lejanía,
no de otra cosa.
Mi verdadero lujo
es este: haber nacido
donde no he de volver jamás,
casi no haber nacido.
Cuando me muera,
si he de morir,
me moriré más lejos que ninguno.

Fabio Morábito (Alguien de lava, 2002)

Eblouie par la nuit

Anastasia K.

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«Eblouie par la nuit» – Zaz (Zaz, 2010)

 The nymphs are departed.
And their friends, the loitering heirs of city directors;
Departed, have left no addresses.
By the waters of Leman I sat down and wept…
Sweet Thames, run softly till I end my song,
Sweet Thames, run softly, for I speak not loud or long.
But at my back in a cold blast I hear
The rattle of the bones, and chuckle spread from ear to ear.


 «The Waste Land» – T.S. Eliot (1922)



El silencio se mueve a cámara lenta
para que hoy puedas abrir
el cielo para ti.
La imaginación patina lo suficiente
como para que yo no quepa
en tu folio usado,
solo aquí
donde trazar es innecesario
porque los nudos del pasado se reparten,
se esconden en cada arruga de la cama.
Se olvidan.
Se tumban sobre el silencio,
sobre el corazón-piedra-que-rompe-su-cáscara

y esperan a que explote.

Anastasia K.

Hay habitaciones que se repiten.

Anastasia K.

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«The man comes around» – Johhny Cash


A veces: el deseo.
A veces ojos
como dos habitaciones bombardeadas,
el frío puntiagudo y humano
entre las piernas.
A veces un espejo
atravesando la espalda
llena de vaho en el fondo de la ducha.
Llegar cerrado es lo que le apetece
a este cuerpo ajeno,
llegar terriblemente,
tercamente
cerrado
y sin agujas ni norte posibles

buscarte.


Ritos tibios.

Marilyn Monroe y Arthur Miller durante un descanso en el rodaje de «Vidas rebeldes»

La casa nos recibe hoy:
limpios y agotados.
No hay perro ni espejos
a los que dirigirse.
Sólo la memoria sabiamente arrugada,
sólo horas
en las que me va sonando
nuestro cansancio
compartido:
explosiones de noche
como pequeñas frutas silvestres
aplastadas
que dejan una huella rojiza
en la almohada
y el humo redondo y cálido

por encima de los árboles.
«Lugar común» – Anastasia K.

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«Don’t bring me down» – Sia (Colour The Small One, 2004)

Principios sin desmaquillar.

EL ÚLTIMO BEETHOVEN

No he encontrado a nadie que ame la virtud
 con la misma intensidad que la belleza corporal. 
Confucio

Nadie sabe quién era, la Amada
Inmortal. Aparte de eso, todo está
claro. Ligeras notas descansan

apaciblemente sobre los hilos del pentagrama
como golondrinas que acaban
de llegar del Atlántico. ¿Qué debería ser yo
para poder hablar de él, que todavía está
creciendo? Ahora caminamos solos
sin fantasmas ni banderas. Viva el

caos, dicen nuestras bocas solitarias.
Sabemos que vestía descuidadamente,
que era dado a los ataques de avaricia, que no era

siempre justo con sus amigos.
Los amigos llegan cien años
tarde con sus sonrisas impecables. ¿Quién
era la Amada Inmortal? Ciertamente,
amaba más la virtud que la belleza.
Pero un dios de la belleza habitaba
en él y obligaba su obediencia.
Improvisaba durante horas. Anotaba unos pocos

minutos de cada improvisación.

Estos minutos no pertenecen ni al siglo diecinueve
ni al veinte; como si ácido hidroclórico
quemara una ventana de terciopelo, abriendo
así un pasadizo hacia un terciopelo

aún más suave, delicado como
una telaraña. Ahora ponen su nombre
a barcos y perfumes. No saben quién
era la Amada Inmortal, de lo contrario
nuevas ciudades y bloques de viviendas llevarían su nombre.

Pero es inútil. Sólo el terciopelo
que crece bajo el terciopelo, como una hoja escondida
bajo otra sin peligro. Luz en la oscuridad.
Adagios interminables. Así de cansada respira
la libertad. Los biógrafos sólo argumentan
los detalles. Por qué atormentaba tanto
a su sobrino Karl. Por qué
caminaba tan rápido. Por qué no fue
a Londres. Aparte de eso, todo está claro.
No sabemos lo que es la música. Quién habla
en ella. A quién está dirigida. Por qué es
tan obstinadamente silenciosa. Por qué da vueltas y regresa

en vez de dar una respuesta clara
como exige el evangelio. Las profecías
no se cumplieron. Los chinos no llegaron
al Rin. Una vez más, resultó
que el mundo real no existe, para el inmenso
alivio de los anticuarios. El secreto estaba escondido
en otro lugar, no en las mochilas
   de los soldados, sino en algunos cuadernos.
   Grillparzer, él, Chopin. Los generales están
   modelados en plomo y oropel para
   dar a la llama del infierno un momento de respiro
   después de kilovatios de paja. Adagios interminables.
   Pero ante todo alegría, alegría
   salvaje de forma, la hermana reidora de la muerte.


Adam Zagajewski (De Temblor, 1985) 

«La pena o la nada» – Nacho Vegas ( El tiempo de las cerezas)