Mercy

Nan Goldin
¿Conoces las dimensiones
de la piedad?
¿Conoces los mordiscos
de las hormigas en tu cama?
¿La sal líquida
en su caída?
El reloj no tiene nombre
para aquél que espera.
Así que cánsate hoy,
cánsate y abraza
el olor a herida
de la camiseta-cadáver
que te ancla a esta habitación,
a la noche.

Anastasia K.

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«One Dove» – Antony And The Johnsons

Cuando lo hizo aún llovía aquí.

Nan Goldin

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«Ocho y medio» – Nacho Vegas (Desaparezca aquí,2005)

Desde fuera
aún me queda piel,
blanca y fría
como los abetos
de mi enero.
Desde fuera
nada es más fácil.
Desde fuera
conozco mi centro
y pongo un pie
detrás de otro,
pisando estómagos,
escarcha,
excusas.
La ciudad cruje
justo donde te dejé.
Aquí está
todo
lo que me merezco.
Es domingo
y sé que siempre hay
un nadie que me espera.

«Desde fuera» – Anastasia K.

Lazo a distancia

Un poco de zumo en el fondo de un brick algo anciano. Tazas como pirámides por toda la habitación. El libro más querido resignado a ser posavasos. Olor a naranja y café. Varias fotos en la pared aunque odie las fotos. ¿Qué falta? Para eso está la noche.

Nan Goldin

despertaba sin darse cuenta en el hilo de escarcha
que delimita el sueño de la madrugada

abría los ojos a la luz de septiembre apoyaba
finalmente la cara en los empañados cristales sentía
la lluvia menuda diluir los pasos de ayer por las calles
se vestía lentamente con el vicio de la memoria
y salía por la ciudad para enfrentarse a una nueva
                                                                   [noche

se pintaba la cara y las manos como las putas
en Bousbir o en Alejandría vagaba
por el calor de las calles compraba nueces queso
                                                                    [fresco

pan algo de miel
hablaba con los vendedores de alfombras
proyectaba viajes
sabiendo que ni siquiera le abriría la puerta
a quien nos viniese a visitar

al paso regular de los trenes
el cuerpo se estremecía en el suelo de madera
dejaba que la cabeza pendiera fuera de la máscara
y poco a poco
releía lo que había escrito en el ácido de la noche
se observaba
oía el hablar misterioso y tenso de los nervios
por donde ascendía el deseo de asesinarme
ese terror silencioso
de quien sabe envejecer solo
sin que del cuerpo haya entrevisto nunca felicidad
                                                                      [alguna
«5» – Al Berto ( Una existencia de papel, 1993)

Papel ahogado.

Nan Goldin

PAPEL AHOGADO


Este poema se ha trasladado a un cajón o a alguno de los países del Este por mudar de pelo y de costumbres (más por parte de la autora). Si os causa algún interés, sobre todo si es tierno, no tenéis más que pedírmelo por correo, paloma mensajera o con señales de humo.

Estados de ánimo.

«Kate in the tub» – Nan Goldin

Las prostitutas madrugan mucho
para estar dispuestas…

Elena despertó a las dos y cinco,
abrió despacio las contraventanas
y el sol de invierno hirió sus ojos
enrojecidos. Apoyada
la frente en el cristal,
miró a la calle: niños con bufandas,
perros. Tres curas
paseaban.
En este mismo instante,
Dora comenzaba
a ponerse las medias.
Las ligas le dejaban
una marca en los muslos ateridos.
Al enceder la radio -«Aída:
marcha nupcial»-,
recordaba palabras
-«Dora, Dorita, te amo»-
a la vez que intentaba
reconstruir el rostro de aquel hombre
que se fue ayer -es decir,hoy- de madrugada,
y leía distraída una moneda:

«Veinticinco pesetas». «…por la gracia
de Dios.»
(Y por la cama)
Eran las tres y diez cuando Conchita
se estiraba
la piel de las mejillas
frente al espejo. Bostezó. Miraba
su propio rostro con indiferencia.
Localizó tres canas
en la raíz oscura de su pelo
amarillo. Abrió luego una caja
de crema rosa, cuyo contenido
extendió en torno a su nariz. Bostezaba,
y aprovechó aquel gesto
indefinible para
comprobar el estado
de una muela careada
allá en el fondo de sus fauces secas,
inofensivas, turbias, algo hepáticas.
Por otra parte,
también se preparaba
la ciudad.
El tren de las catorce treinta y nueve
alteró el ritmo de las calles. Miradas
vacilantes, ojos
confusos, planteaban
imprecisas preguntas
que las bocas no osaban 
formular.
En los cafés, entraban
y salían los hombres, movidos
por algo parecido a una esperanza.
Se decía que aún era temprano. Pero
a las cuatro, Dora comenzaba
a quitarse las medias -las ligas
dejaban una marca
en sus muslos.
Lentas, solemnes, eclesiásticas,
volaban de las torres
palomas y campanas.
Mientras
se bajaba la falda,
Conchita vio su cuerpo
-y otra sombra vaga-
moverse en el espejo
de su alcoba. En las calles y plazas
palidecía la tarde de diciembre. Elena
cerró despacio las contraventanas.
«Los sábados» – Ángel González

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«Meravigliosa creatura» – Gianna Nannini (Perle, 2004)

Sal en el café. Buenos días.


«Smoky car» (New Hampshire) – Nan Goldin,1979

Está solo. Para seguir camino
se muestra despegado de las cosas.
No lleva provisiones.

Cuando pasan los días
y al final de la tarde piensa en lo sucedido,
tan sólo le conmueve
ese acierto imprevisto
del que pudo vivir la propia vida
en el seguro azar de su conciencia,
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.

Una vez dijo amor.
Se poblaron sus labios de ceniza.

Dijo también mañana
con los ojos negados al presente
y sólo tuvo sombras que apretar en la mano,
fantasmas como saldo,
un camino de nubes.

Soledad, libertad,
dos palabras que suelen apoyarse
en los hombros heridos del viajero.

De todo se hace cargo, de nada se convence.
Sus huellas tienen hoy la quemadura
de los sueños vacíos.

No quiere renunciar. Para seguir camino
acepta que la vida se refugie
en una habitación que no es la suya.
La luz se queda siempre detrás de una ventana.
Al otro lado de la puerta
suele escuchar los pasos de la noche.

Sabe que le resulta necesario
aprender a vivir en otra edad,
en otro amor,
en otro tiempo.

Tiempo de habitaciones separadas.

«Habitaciones separadas» – Luis García Montero

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«Wild Horses» – The Rolling Stones (Sticky Fingers,1971)

La vie en rose.


«Joana with Valerie and Reine in the mirror», Nan Goldin , 1999

«Sous Le Ciel De Paris» – Edith Piaf, 1954