¿Conoces los mordiscos
¿La sal líquida
que te ancla a esta habitación,
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«One Dove» – Antony And The Johnsons
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«One Dove» – Antony And The Johnsons
Anastasia K.
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«Eblouie par la nuit» – Zaz (Zaz, 2010)
| The nymphs are departed. | |
| And their friends, the loitering heirs of city directors; | |
| Departed, have left no addresses. | |
| By the waters of Leman I sat down and wept… | |
| Sweet Thames, run softly till I end my song, | |
| Sweet Thames, run softly, for I speak not loud or long. | |
| But at my back in a cold blast I hear | |
| The rattle of the bones, and chuckle spread from ear to ear. |
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| «The Waste Land» – T.S. Eliot (1922) |
El silencio se mueve a cámara lenta
para que hoy puedas abrir
el cielo para ti.
La imaginación patina lo suficiente
como para que yo no quepa
en tu folio usado,
solo aquí
donde trazar es innecesario
porque los nudos del pasado se reparten,
se esconden en cada arruga de la cama.
Se olvidan.
Se tumban sobre el silencio,
sobre el corazón-piedra-que-rompe-su-cáscara
y esperan a que explote.
Anastasia K.
Marilyn Monroe y Arthur Miller durante un descanso en el rodaje de «Vidas rebeldes»
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«Don’t bring me down» – Sia (Colour The Small One, 2004)
Nadie sabe quién era, la Amada
Inmortal. Aparte de eso, todo está
claro. Ligeras notas descansan
apaciblemente sobre los hilos del pentagrama
como golondrinas que acaban
de llegar del Atlántico. ¿Qué debería ser yo
para poder hablar de él, que todavía está
creciendo? Ahora caminamos solos
sin fantasmas ni banderas. Viva el
caos, dicen nuestras bocas solitarias.
Sabemos que vestía descuidadamente,
que era dado a los ataques de avaricia, que no era
siempre justo con sus amigos.
Los amigos llegan cien años
tarde con sus sonrisas impecables. ¿Quién
era la Amada Inmortal? Ciertamente,
amaba más la virtud que la belleza.
Pero un dios de la belleza habitaba
en él y obligaba su obediencia.
Improvisaba durante horas. Anotaba unos pocos
minutos de cada improvisación.
«La pena o la nada» – Nacho Vegas ( El tiempo de las cerezas)
«Variaciones Goldberg. Aria.» – Johann Sebastian Bach, 1741 (Glenn Gloud, 1981)
Como ya dije en su momento lo importante no es saber por qué empiezas a obsesionarte con este mundillo de páginas sino saber por qué dejas de hacerlo. Ya me repito así que esto va a ser un signo ortográfico (todavía no sé si coma, punto o interrogación ) dedicado a ese extranjero que en su momento no me leía y ahora casi seguro que a ratos tampoco lo hace. Toca cueva.
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«Shake it out» – Florence + The Machine
«Cien cartas no escritas» – Walde Huth, 1979
Nada recuerdas ya
de los dientes de hielo
que colgaban de los tejados.
Su lógica soledad
y el respeto de los transeúntes
tal vez sean lo único
que te acompañe aquí,
tan lejos de la escarcha
que ya no busca el miedo.
Los veías derramarse
con el último hilo de febrero
y fundirse con la nieve manchada.
Algunos morían en silencio,
poco a poco hechos agua,
otros, quizá demasiado orgullosos,
preferían un suicidio digno
desnudando la tierra desde lo alto.
Aquí no hay enero,
sólo peatones clonados,
esparcidos bajo las mismas nubes
pero secas de invierno.
Tu piel está en su sitio
y la memoria sólo se resiente
cuando hace suficiente frío.
Aprietas el paisaje y encajas en él.
Pero sólo hoy, sólo
hasta que la conciencia lo permita
y estemos todos.
Anastasia K.
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«Va a empezar a llover» – Enrique Bunbury y Nacho Vegas (El tiempo de las cerezas)
Anastasia K.
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Detrás de la ventana
empieza el mundo
aunque ahora no
le haga falta observarme.
Hay un poco de fidelidad
en la inexactitud de las figuras
que me imagino al otro lado,
libres de mi anclaje cerebral.
Es fácil suponer algo de hambre
en su respiración,
algo de fealdad
en su forma de ignorarme.
Pasado el hueso de la noche
cierro los ojos,
escucho mi rutina pulmonar
y me repito:
conocen mi voz y mis pasos
pero saben olvidarme.
«Next door» – Anastasia K.
Últimamente la ciudad se ha hecho más pequeña, parece más cansada y se concentra en los mismos lugares y, sobre todo, en las mismas aceras lo que no deja de ser peligroso para mí y mis pies (la parte de mi cuerpo con la que pienso últimamente). Peligroso también el hecho de que esos mismos pies no lleguen a digerir todas los encuentros (nuevos y solapados). A. me contó que recuerda como, cuando era pequeña, la gata de sus abuelos se quedaba preñada sin que ellos se preocuparan mucho por evitarlo y de cómo su abuelo ahogaba a los gatitos en un cubo para luego llevárselos al campo y arrojarlos allí. A. me decía que nunca llegó a ver el proceso. Sólo el cubo lleno de agua. L. por su parte me contó (con una mezcla de ternura e incredulidad) que su novio acababa de regalarle a un sin techo la placha que tenían en casa. Han tenido que comprar otra.
Supongo que mis pies piensan en ti, en la piedad y también en sus consecuencias.
«Fresas salvajes» – Ingmar Bergman, 1957
Y mientras tome piedad por alivio,
mientras haya bufandas
con las que hacer un trato
antes de sobrevivirnos,
cuidaremos cada palabra
como si tuviera frío
y cada promesa
como la mentira más fiel.
Anastasia K.
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«Breathe me» – Sia