Un poco de zumo en el fondo de un brick algo anciano. Tazas como pirámides por toda la habitación. El libro más querido resignado a ser posavasos. Olor a naranja y café. Varias fotos en la pared aunque odie las fotos. ¿Qué falta? Para eso está la noche.
Nan Goldin
despertaba sin darse cuenta en el hilo de escarcha
que delimita el sueño de la madrugada
abría los ojos a la luz de septiembre apoyaba
finalmente la cara en los empañados cristales sentía
la lluvia menuda diluir los pasos de ayer por las calles
se vestía lentamente con el vicio de la memoria
y salía por la ciudad para enfrentarse a una nueva
[noche
se pintaba la cara y las manos como las putas
en Bousbir o en Alejandría vagaba
por el calor de las calles compraba nueces queso
[fresco
pan algo de miel
hablaba con los vendedores de alfombras
proyectaba viajes
sabiendo que ni siquiera le abriría la puerta
a quien nos viniese a visitar
al paso regular de los trenes
el cuerpo se estremecía en el suelo de madera
dejaba que la cabeza pendiera fuera de la máscara
y poco a poco
releía lo que había escrito en el ácido de la noche
se observaba
oía el hablar misterioso y tenso de los nervios
por donde ascendía el deseo de asesinarme
ese terror silencioso
de quien sabe envejecer solo
sin que del cuerpo haya entrevisto nunca felicidad
[alguna
«5» – Al Berto ( Una existencia de papel, 1993)










