¿Recuerdas aquella noche de enero en que todo cambió? Seguro que sí. No se aprende a saltar al vacío sabiendo que esta vez no hay red, que puedes volar o matarte y no recordarlo.
Puede que haya más ocasiones o puede que sea la única vez que le echas huevos, que decides vivir o morir, que te arriesgas. Puede que no salga bien y termines esparcido metros más abajo o, tal vez, puede que sepas volar y el salto, ese segundo de pánico y vértigo, ese miedo a morir, sea el precio a pagar por saber el resto de tus días que puedes. Lo que sea. Tú puedes.
Y puede que esa noche de enero, aquella tarde fría y difícil, aquel miedo que mordía la boca del estómago, aquella bilis que tocó tragar, fuesen necesarios. Puede que desde entonces sepas lo que es sonreír, que hayas aprendido otra vez a coger de la mano al pasear y a mirar a los ojos durante el sexo, que te duermas sonriendo, que las carcajadas ya no te resulten forzadas. Que contagies con sonrisas y besos al tercer vértice de la relación rota.
¿Y sabes qué? Ha merecido la pena. Por él, por mí, por ella. Pero sobre todo por mí. El miedo, el instante de pánico, la bilis subiendo por la garganta y alcanzando el cielo de la boca, eran el precio a pagar. Y saberse vivo, saberse capaz, saberse fuerte, lo vale con creces.

Que bien que escribes otra vez. No lo dejes nunca
Al final no termino de dejarlo. Lo retraso, lo alargo pero no termino con ello. Y me temo que seguirá así :).
besinos